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Repercusiones
Adolfo Bioy Casares
EN UN MOMENTO de irritación contra las ideas románticas, me pregunté si la pareja de enamorados realmente merece el lugar que le acuerdan tantas novelas, películas y obras de teatro. Quizás habría que llevar un poco la atención a las personas que rodean a los enamorados. Al fin y al cabo, los actores de reparto suelen ser mejores que los protagonistas.
En la vida, el papel de los actores de reparto corresponde a los amigos, a los padres y, no pocas veces, a los hijos de los integrantes de la pareja.
Los amigos fueron siempre víctimas en tales situaciones. Cuando llega el amor, se los deja caer.
Los padres, que tradicionalmente se inmiscuyeron en los amores de los hijos, en este siglo pagan las culpas de muchos años de poder omnímodo. Con una frase donde la expresión popular refuerza la expresión jurídica, Jean Cocteau ha observado: "El padre de familia es capaz de todo". Hoy en día, no; el padre ya no manda a los hijos: les da consejos, funciona como un coro admonitorio, que nadie escucha.
El enamoramiento de un padre o de una madre casi nunca alegra a sus descendientes. Lo desaprueban en defensa propia, pero con buena conciencia, porque lo consideran vergonzoso.
Parientes y amigos tienen sobrados motivos de queja. Al enamorado apenas le queda tiempo para ello (tampoco para cumplir como es debido en su trabajo o en sus estudios). Más grave aún: salvo la persona querida, para él todo el mundo es secundario.
Lo que no se le perdona fácilmente es que pierda su libertad de tomar decisiones. Por ejemplo, si le preguntan: "¿Mañana vamos al cine?", dice: "Te contesto dentro de un rato". El interlocutor piensa: "Después de consultar", y también: "Yo creí que nos entendíamos, pero vean lo que ahora trae a casa". Para peor, no basta aprobar; hay que aceptar en la familia a la persona extraña que el enamorado impone. A causa de los divorcios y de los nuevos casamientos, la persona extraña cambia sucesivamente de cara.
La literatura es partidaria del amor. La opinión pública suele apoyar a los enamorados, pero considera el amor como una enfermedad o poco menos. La familia lo ve con malos ojos.
Cowley comparó el corazón del enamorado con una granada de mano. Siembra la destrucción. Admitiremos, sin embargo, que pasado el amor, pasan los malos efectos y a lo mejor se ofrece la posibilidad de recuperar la situación de antes, como en el tango "Victoria":
¡Volver a ver los amigos!
¡Vivir con mamá otra vez!
La resistencia que el enamorado encuentra en la familia, a veces lo echa en brazos de la persona amada y fija su destino. Walpole dijo que el casamiento siempre es un error considerable, pero que el casamiento por amor es el peor de todos. ¿Convendrá más uno por despecho?
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Los resucitados de Stalin
El líder soviético fue pionero en creer en el poder de la imagen. Retocaba fotos para aprobar la existencia o la desaparición de las personas. Y antes de matar a sus víctimas, las retrataba.
Las víctimas de stalin se cuentan por millones desde los años `20 hasta la muerte del dictador soviético, en 1953. Las imágenes de estos ciudadanos corrientes fotografiados antes de morir han permanecido ocultas durante décadas en la sede de la Policía Secreta en Moscú. Se trata de una galería de retratos posados, tomados con luz natural, cargada de sentimientos, de horror.
Las imágenes corresponden a fichas policiales de personas asesinadas en la purgas estalinistas efectuadas en la década de 1930 en la URSS. En ellas desaparecieron millones de ciudadanos. Estos retratos inéditos fueron encontrados en los archivos de la Lubianka, la sede de la Policía Secreta soviética en Moscú. Allí se guardan decenas de miles más. Sus rostros componen una galería macabra.
En 1917, los soviets toman el poder en el país y se entierra para siempre un mundo: la etapa zarista. Cinco años después comienza Josef Stalin a brillar de verdad, cuando Lenin le asciende a secretario general del Partido Comunista, con dudas, sí, pero sin alcanzar a imaginar que él, uno de sus seis cargos de confianza antes de su muerte, en 1924, llegaría a acabar con los otros cinco. Luego llevó a cabo un verdadero ejercicio de exterminio social.
A los protagonistas de todos estos retratos desconocidos, días antes de morir, horas antes, minutos o segundos antes, les mandan salir de la celda, caminar por pasillos inmundos y oscuros, después de haber sido interrogados y torturados; les hacen posar ahí, delante del fotógrafo.
Quizá estén solos y se llamen Oleg Alexandrovich Kamenetski, estudiante de arte de 21 años, acusado de contrarrevolucionario, que va a ser fusilado el 12 de julio de 1929 y su memoria no quedará rehabilitada hasta 1990; o Aziza Rajimovna Shirinskaia, maestra de escuela, de 37, detenida junto a sus hermanos Akmet-Kemil, Shakir y Selim-Girei por participar en actividades antisoviéticas, que serán fusilados el 10 de enero de 1933, sin que nadie pueda limpiar su imagen hasta 1990; o María Skibitskaia-Tseitlin, médica, de 44, con cargos que se ignoran, condenada y ejecutada el 21 de junio de 1937, a la que nadie ha rehabilitado.
Lo irónico es la capacidad plástica de esos fotógrafos anónimos al servicio de la dictadura. Por sus ojos, van desfilando todos los sentimientos posibles, la incredulidad, el espanto, el desprecio, la ira, la tristeza, el orgullo, el dolor, la provocación, el miedo, incluso alguna sonrisa de esas tontas que se escapan cuando ya la esperanza está perdida, cuando uno sabe que morirá de todos modos.
No había nada para justificar lo injustificable, viene a decir David King, el autor de Ciudadanos comunes. Las víctimas de Stalin (Francis Boutle Publishers, Londres), un libro donde se cuenta la minuciosidad con que Stalin -conocido como "el devorador de imágenes"- manipulaba las fotografías oficiales, amputaba, tachaba, rehacía y retiraba de ellas a aquellos que no le interesaban como si nunca hubieran existido.
Le sucedió primero a León Trosky. También le ocurrió a Nikolai Yezhov, el mejor pupilo de Stalin, comisario del Pueblo de Asuntos Internos, jefe de la Policía Secreta durante la llamada Gran Purga entre 1936 y 1938, cuando el hit parade de la propaganda clamaba en carteles lo de "limpiemos el partido de individuos clasistas y elementos hostiles, degenerados, traidores, arribistas, egoístas, burócratas y personas moralmente decadentes". Yezhov se dedicó en cuerpo y alma a eliminar todo rastro trotskista. Se cree que, sólo en 1936, 3.000 oficiales superiores de la Policía Secreta fueron asesinados bajo su mandato. En el verano de 1938 fue relevado de su cargo; el 10 de abril de 1939, detenido, y nunca más visto: se quedó sin imagen.
Eso fue lo primero que llamó la atención a King cuando un buen día buscaba material gráfico sobre Trotsky en los archivos soviéticos. No había. Y King, ex editor del Sunday Times Magazine, residente en Londres, apasionado de la URSS y que cuenta hoy con un fondo de más de 250.000 imágenes (www.davidkingcollection.com), se empeñó en buscar y coleccionar esas piezas retocadas que pretendían reescribir la realidad. Con todo ello publicó en 1997 un volumen titulado The commissar vanishes (El comisario desaparece), en el que mostraba el increíble desarrollo de la falsificación fotográfica bolchevique.
Este archivo valiosísimo está custodiado por Memorial, asociación de asociaciones, creada para documentar los crímenes estalinistas al calor de Gorbachov y la perestroika allá por 1989, cuando cayó el muro en Berlín y se derrumbó, exhausto, ese período de la historia. Fue entonces cuando se inició la segunda fase de rehabilitación (la primera se produjo tras la muerte de Stalin, en 1953) de aquellos acusados de crímenes políticos no probados. Es grande la lista de personas cuya biografía se ha limpiado de cargos falsos. Esa gente a la que Stalin le robó la vida supera ya el millón de nombres protegidos por la Ley de Rehabilitación de 1991. Entre las fotos, las hay también de artistas, escritores y poetas… Stalin los consideraba sus peores enemigos.
Los detalles de aquel tiempo han quedado escritos y descritos en la obra de muchos autores, fusilados o condenados a trabajos forzados en el gulag ("reeducación mediante el trabajo", era la máxima; un subterfugio para obtener mano de obra gratis que explotara las minas y que levantara obras públicas).
"Lo que yo he visto, un hombre no lo ha de ver, ni siquiera lo ha de conocer", escribió el poeta Varlam Shalamov desde ese encierro al que consiguió sobrevivir y que describió en sus Relatos de Kolyma, un centenar de historias breves que no se publicaron en Rusia hasta los `80; un documento estremecedor sobre la degradación y la deshumanización de la vida en los campos de prisioneros de Stalin, por los que -se cree- pasaron 20 millones de personas.
"¿Cómo contar lo que no puede ser contado? Es imposible encontrar las palabras. Morir tal vez habría sido más sencillo", concluye Shalamov.
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