Te pueden dar un libro de reglas de cómo ser exitoso, sí. De eso y muchas cosas más... cómo ser muchas cosas, cómo dejar de hacer muchas otras. De todo. Para todos.
Uno se escucha, se habla a sí mismo.... ¿y después? ¿Respuesta siempre? No, siempre no. Confusión y silencio en grandes cantidades. Entonces se deben buscar las respuestas en otro sitio. En el mejor de los casos, claro. Sólo en el afuera, el otro gran lugar. Donde hay mucho a que acudir....
Pero la experiencia de lo que se siente es un poco distinta. Junto con lo que se piensa, errado o no. Pero es lo propio, lo original, lo radicalmente de uno. Qué libertad hay en verdad en eso. Ejercer ese albedrío descontrolado es muy, muy liberador, aunque se piense en vicios, entuertos, turbiedades, y sobre los más diversos claroscuros.
Pero en el mundo real, en el afuera que contiene nuestras mentes, se suceden las condicionantes... Como un mar de fondo que nos habla y nos grita. No hay ningún camino directo para llegar a ese mar de mares. Y de allí salen todas las contradicciones del ser.
Es en el aire, tierra, y profundidades mentales donde uno está solo pero libre. Es una libertad sin reglas prácticamente. Total.... sin explicación. No hay ni gravedad. Ni arriba ni abajo. Uno es lo que siente que es. Entonces ya ni es un cuerpo... Ni es la unión de algunas partes... Es algo superior, que es uno y todo a la vez.
Por segundos es que uno cree, como en un sueño extremadamente lúcido, que lo que pasa en un determinado momento, en instantes de la vida, son cosas que uno mismo provoca. Uno casi que experimenta el moldear al todo.
En otros momentos se pierde todo control propio, para ser sólo alguien en función de un afuera del que no conocemos a ciencia cierta absolutamente nada. En todo lugar se esconde la duda.
Y hay ratos, donde el tiempo y el espacio pasan a pertenecer a nuestra misma naturaleza. Desde ella damos sentido a todo en la vida y a la vida misma. Desde lo que somos en verdad, puro reflejo e instintos hechos pensamientos y reacciones. Nuestro ser atado a la nada sólo con la única verdad que le es suya y fiel. Ahí, en los campos y mares de nuestro ser, donde no reina ni la razón ni la conducta. No hay marcos ni muros ni techos ni suelos. Allí todo pasa, en donde vive la real y primigenia felicidad.
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