No autolimitarse. Ese es el faro que guía la vida de Juan Carlos Gambarotta (48). Por eso a los 19 años dejó la "chatura" del liceo y el confort del hogar paterno de Punta Carretas, armó una austera mochila y se fue de viaje por América. Buscaba sensaciones y las encontró. Estuvo en la Patagonia, Tierra del Fuego, Islas Malvinas, Esteros del Iberá, el desierto de Atacama, Perú, Belém, la selva amazónica y las Guayanas, por nombrar solamente algunos destinos.
Para entonces, Gambarotta ya sabía que lo suyo era preservar la naturaleza y, en lo posible, vivir cerca de ella. Volvió a empacar, se fue, regresó y se volvió a ir. Aquel itinerario incluyó trabajos como conservacionista voluntario en distintos lugares (desde la Antártida hasta Japón) y un curso de guardaparque.
Esa experiencia y su decisión de dedicarse a lo que más le gusta, siempre claro en "no autolimitarse", lo convirtió en el primer guardaparque del Uruguay, cargo que no existía y que se creó para él.
Hoy, 18 años después, Gambarotta sigue al frente del Refugio de Fauna Laguna de Castillos, en el que se encuentra el conocido Monte de Ombúes. Además fue vicepresidente de la Federación Internacional de Guardaparques y creador, junto a su mujer y un amigo, del Programa Pequeños Guardaparques, a través del cual llevan a acampar al Refugio a estudiantes de primer año del Liceo de Castillos.
De aquellos viajes y estas experiencias se nutre el libro De mochilero a guardaparque (Sudamericana), reedición con versión ampliada del original de 1994, que incluye un capítulo nuevo dedicado a relatar las implicancias de sus 18 años en Rocha, tarea que no duda en calificar de "frustrante".
Solo contra el mundo. "Por lo menos siete veces por año tengo ganas de renunciar porque Uruguay es un país que no está preparado para la conservación de la naturaleza", señala Gambarotta. "Acá es muy decepcionante ser guardaparques", agrega. ¿El motivo? La falta de legislación que regule la actividad dentro de las Áreas Protegidas.
Para ilustrarlo, cita lo sucedido en la última temporada de pesca de camarones en la Laguna de Castillos, ocurrida entre febrero y junio. "Este año a alguien se le ocurrió no usar faroles y poner generadores con lamparita. Llegaron a haber doce. Imaginate el ruido que hacen y los gases que liberan. Pedí que se prohíba expresamente porque de lo contrario, en la temporada que viene puede haber entre 40 o 100 generadores funcionando en la laguna. Y prohibirlo no exige dinero ni más funcionarios. Es una firma, que hasta ahora no vino. Si no se hace es porque no hay voluntad de proteger y, si no la hay, yo no puedo seguir trabajando de guardarparque ", señala. No obstante y a pesar de lo contundente, no habla de renunciar: "Si lo pensara ya estaría buscando una solución y quizás no estaría luchando lo suficiente como para evitar hacerlo", arguye.
De mochilero a guardaparque contiene otros ejemplos que ilustran los límites de la desidia humana y la poca cultura de cuidado que tienen los uruguayos para con su patrimonio natural, como la costumbre de cazar ñandúes para alimentar a perros. En opinión de Gambarotta ese desinterés tiene que ver con el desconocimiento: "El montevideano promedio no sabe cómo canta el Chajá y nunca vio una colonia de cría de gansas. ¿Qué le va a importar si nunca lo vio?", ilustra. El naturalista, que ha recorrido los cinco continentes, no tiene prurito en afirmar que Uruguay es el país que menos protege la naturaleza de toda América.
-¿Cómo se explica esa diferencia con el resto?
-Esa es una pregunta que yo también me hago. Casualmente este es uno de los países donde la cultura indígena desapareció hace un buen tiempo, exterminada. El ciudadano se fija en todo lo que pasa en Europa o Estado Unidos, menos en lo que sucede en América Latina. Para el uruguayo, el carpincho es un animal extranjero y la fauna es la vaca, la oveja y el caballo. Ponete a recorrer galerías de arte y fijate si ves un cuadro de fauna nativa, no lo vas a encontrar. Andá a Sudáfrica y decime si ves una galería de arte que no tenga cuadros de fauna silvestre. Lo tienen incorporado desde siempre. En el Día del Patrimonio cuesta encontrar un emprendimiento que sea de aprecio al acervo natural. Es todo arquitectónico, histórico, literario, pero no natural. Acá nos falta mucho.
-¿Y cómo se cambia esa mentalidad?
-A mí y a Gabriela (su mujer) nos gustaría por ejemplo que el Programa de Pequeños Guardaparques fuera tan obligatorio como estudiar matemáticas. La naturaleza es parte de la educación de la persona. Hay que hacerlos salir a andar en bici y llevarlos a visitar un área protegida. Aunque sea incorporar un campamento obligatorio en la vida del alumno y para todos los liceos del país. Ahí le van a tomar el gusto.
-¿Es posible visualizar un futuro distinto para Uruguay?
-Creo que sí. Hay gente que me dice que no tengo paciencia, que estamos mucho mejor que antes. Lo que pasa es que ahora empezó a rodar la cosa, la Universidad comenzó a formar masa crítica, porque tampoco tenía gente preparada para cuidar áreas protegidas. Hoy se empieza a hablar del tema. De aquí a unos años probablemente cambie la cosa, pero lo yo que digo es: ojalá que haya algo para cuidar cuando eso pase. Y a los que me dicen que ahora se habla más de áreas protegidas yo les digo sí, pero también hay muchísimos menos carpinchos en Uruguay que cuando empecé como guardaparque.
-Deja la sensación de tener una mirada negativa del presente.
-Sí, soy muy negativo. Soy un tipo extraordinariamente pesimista, pero actúo como si fuera el mayor de los optimistas. Cuando me fui de mochilero pensaba que era muy probable que a los dos días estuviera con la cola entre las patas tomando café con leche en mi casa. No se lo comenté a nadie, pero lo pensaba. Y ya ves que no sucedió así.
-¿Qué diferencias encuentra entre aquel Gambarotta de 19 años y éste de 48?
-Poquísimas. Cosas reales y concretas no. Hace poco releí mi libro, que hacía más de diez años que no lo hacía, y la verdad no le hubiera cambiado una coma.
Mirada verde. De mochilero a guardaparque describe con precisión los paisajes, la fauna y la flora encontrada en los territorios recorridos. Para hacerlo posible, Gambarotta tuvo la disciplina de registrar en un cuaderno todo lo que se movía frente a sus ojos.
"Me propuse ser un viajero naturalista del tipo Darwin o Humboldt, aunque sin esperar nada nuevo como ellos", señala el autor en el libro. Gracias a ello, un lector no especializado descubrirá el paisaje con la misma agilidad y detalle de un documental en formato audiovisual.
Evidentemente enamorado de las ciencias naturales, Gambarotta contempla la vida sobre el planeta desde una perspectiva más atenta a animales y plantas que a sus congéneres humanos. Eso, sin embargo, ha evolucionado: "Ahora me fijo mucho más en la gente porque me he dado cuenta de que la cultura envolvente (como dicen los antropólogos, que ya no hablan de oriente u occidente) pone tan en peligro los ecosistemas como los tipos de personas. Se está homogeneizando todo, incluso los tipos humanos, la gente tiende a parecerse y se extinguen profesiones", señala desde su casa en Aguas Dulces.
El tema que más le preocupa hoy es el cambio climático ("porque pone en jaque todo lo demás que hagas") y el uso de los recursos naturales ("en Uruguay el derroche es tremendo").
Discrepa con la idea de que todos somos culpables del mal estado del planeta y dice que su "impacto" en el ambiente no es el mismo que el de algunos vecinos suyos, que para construir en Aguas Dulces cortaron los montes naturales que tenían en sus predios.
"Hacé cálculos: no es lo mismo un tipo que anda en bicicleta todo lo que puede, que no tiene una segunda casa, que no anda consumiendo un montón de bolsas de nylon, que cuida el agua que consume, que no anda tirando botellas, que no sale a cazar y deja bichos heridos; que otros que sí lo hacen, ya sea queriendo o sin querer", enfatiza Gambarotta.
"He tenido que matar algunos perros. El ser humano promedio es mucho más propenso a enternecerse con un perro que con un animal silvestre. ¿No deberían ser sentimientos opuestos verdad?... Se tornan opuestos cuando un perro y más comúnmente dos o tres juntos salen a cazar". (Pág. 266).
"Si el departamento de Rocha tuviera 50 mil habitantes más, los carpinchos y ñandúes ya no existirían en él". (Pág. 267).
"Una de las cosas que más me agrada del sendero del Monte de Ombúes es ver las reacciones de los visitantes cuando se topan con un cartelito... `Coronilla de 1994`. Más adelante hay un grueso coronilla y se indica que tiene 400 años. Mucha gente sólo entonces toma conciencia del lento crecimiento de esa especie y prometen hacer asados con otra leña". (Pág. 284).